Sobra decir que para los españoles el comer las doce uvas »de la suerte» a la medianoche del 1 de enero constituye una de las liturgias obligatorias, además de ser uno de los elementos universales y unificadores de lo que llamamos España. Los extranjeros se asombran al ver esa habilidad y destreza que la mayoría de casi todos nosotros posee al ir tragando una a una, doce uvas, sin aparentemente atragantarnos al compás de las 12 campanadas, con su ineludible duración de 36 segundos que sirven para dar la bienvenida al nuevo año. Y todo ello, lo realizamos debido a un rito o norma que nos han inculcado desde temprana edad, y ¡ay de ti!, si te encuentrases allá por el mundo y ese año no lo practicases, supongo que te quedaría un cierto sentido de culpabilidad y ese sinsabor de las cosas inconclusas o mal hechas.

El origen de esta costumbre data de finales del siglo XIX, cuando la burguesía española a semejanza de la francesa acostumbraba a celebrar la entrada del nuevo año nuevo comiendo uvas y brindando con champán. Parece ser, según cuentan las crónicas de la época, que en Madrid la población de clase económica o social más baja se reunía en la Puerta Sol con el fin de divertirse y mofarse de los ricos, a la vez que mostrar su disconformidad ante las limitaciones que las autoridades municipales del ayuntamiento habían impuesto con el fin de frenar actos del llamado »gamberrismo» de la época que solía suceder durante los festejos populares. De estos hechos tenemos datos que afirman que a partir del 1884 se hizo muy popular en Madrid ingerir las 12 uvas, con las campanadas del reloj de la Casa de Correos para después brindar con vino espumoso. Otro hecho definitivo que influyó en la difusión y fortalecimiento de dicha costumbre lo constituyó un excedente de uva de las provincias de Murcia y Alicante, ello propició que los productores de la citada zona ofrecieran dicha fruta a buen precio y le otorgaran el sugestivo título de: uvas de la suerte, Una cosa con la otra, al desenfadado matiz burlesco del principio, se le unió la necesidad y el marketing de la época, y dio como resultado que poco a poco la práctica se fuera extendiendo por toda la geografía nacional. Aún más, no debemos dejar pasar por alto las cualidades de la uva como símbolo de fraternidad, camaradería, algarabía, hedonismo (recordemos al dios Baco), o asimismo el factor espiritual o religioso: cuarenta y nueve versículos de la Biblia mencionan a la uva como importante elemento de la existencia.

Con todo ello, millones de personas no solo en España, sino también en países de Hispanoamérica como Argentina, Venezuela, México, Costa Rica, etc se ponen a engullir las 12 uvas al son de las campanadas a la hora cero del año entrante.

Como vemos el actor principal de todo ello lo representa la uva de Nochevieja. En el caso de los de más allá del Atlántico, se tienen que conformar en muchos casos con las uvas secas o pasas, ya que todavía no se encuentran en temporada de uva, ya sea por el hemisferio que se encuentran o por la falta de una variedad autóctona tardía. Sin embargo, por fortuna en el caso español se dispone y degusta principalmente de un tipo de uva, llamada Aledo, originaria de una comarca alicantina, la del Medio Vinalopó, valle interior bañado por el río Vinalopó que destaca por su geografía accidentada y comprende municipios como: Agost, Monforte del Cid, Aspe, Hondón de los Frailes, Hondón de las Nieves, La Romana y Novelda. Su denominación de origen es: »Uva de Mesa Vinalopó Embolsada». Estamos ante una uva de mesa genuina y singular que aprovecha las condiciones excepcionales de tierra y sol, así como el abrigo de las montañas de su entorno. La variedad llamada Aledo surgió al fragor de una plaga que asoló los viñedos de la zona, un agricultor tuvo la ingeniosa idea de cubrir los racimos con una bolsa de papel de celulosa virgen con el fin de protegerlos de la invasión de los insectos y las inclemencias del tiempo (sol, lluvia, viento). El resultado fue exitoso y nació una uva de color pálido, uniforme – la bolsa suaviza la exposición al sol, por lo que vemos una fruta de tonalidad pareja-, y de piel fina, ya que no ha tenido que defenderse ante las agresiones de aves, insectos, plagas, fumigaciones y rigores climatológicos. A todo ello, se le une su sabor dulce y fresco, no debemos olvidar que se embolsa en los meses de junio y julio para ser recogida en noviembre y diciembre, sin necesidad de ser introducida en las cámaras frigoríficas, pasando sin apenas rémora al consumidor que podrá disfrutar de una fruta reciente, natural y sabrosa. En suma, cuando en este año o en venideros queramos celebrar la Nochevieja, fijémonos en la uva que vayamos a comer, casi seguro que será uva de mesa de la variedad Aledo y por tanto del valle de Vinalopó (Alicante), por ello comámosla con placer, tino, a ritmo de campanada y sin atragantarnos.
¡Mucha suerte y feliz año!